sábado, 15 de junio de 2013

Octubre rojo


Cuando en 1914, el estudiante bosnio Gabril Princip asesinaba a tiros al Archiduque Francisco Fernando y a su prometida en Sarajevo, no sabía que condenaba a la tragedia y al horror a un pueblo que amaba: el pueblo ruso.

Tras el inaceptable ultimátum del emperador austro-húngaro a Serbia, y la declaración de éste de guerra, Rusia acudía en defensa de sus hermanos serbios, por el pacto que los unía, y Francia y Alemania intervenían, con ansias de saltarse a la yugular. El zar envía una nutrida correspondencia al káiser Guillermo II, que era familia por parte de su mujer, la zarina, y el enfant terrible le contesta con la superficialidad del que le apetece echar una partida de ajedrez. Alemania se echa sobre Francia, pasando por la neutral Bélgica, lo que provoca la intervención de Inglaterra. Toda Europa se vuelve loca, pero España no (Spain is different). Aunque en ésta hay aliadófilos (partidarios de la alianza Inglaterra-Francia-Rusia), predominan con mucho los germanófilos (Alemania-Austria), pero después del escaqueo de Guillermito en Filipinas (Guerra Hispano-Estadounidense), con éste ni a coger dinero (la armada alemana contempló como se liaban a tortas los barcos españoles y los norteamericanos, y tenía orden de intervenir sólo si terminaba triunfando la española).


Asesinato del Archiduque Francisco Fernando 
y su prometida, en un grabado de la época

Contrariamente a lo repetido por la propaganda comunista, Nicolás II no era un tirano, ni era el verdugo coronado. Era más bien un vividor, con ganas de escaquearse de las tareas políticas. Precisamente su familia le criticaba que no tenía lo que hay que tener para gobernar. Tampoco es cierto que Rusia era una sociedad feudal. Era muy atrasada, pero en los últimos tiempos Rusia había estrechado los lazos con Inglaterra y Francia y estaba copiando e implantando un sistema de monarquía parlamentaria. Se estaban dando reformas, sin prisa, pero también sin pausa.

Marx siempre pensó que los países idóneos para llevar a cabo la revolución comunista serían Inglaterra o Alemania, países avanzados y con grandes masas obreras. En cambio, Rusia, rural, atrasada y tradicionalista, era de los menos apropiados.

Pero la guerra trastocó todo. Al nulo interés del pueblo ruso por la guerra, había que sumar las espantosas carnicerías de la guerra de trincheras y la chapucera intendencia rusa (en el acorazado Potemkin a los marineros les hacían comer carne con gusanos). Rusia, desangrándose, no hacía más que retroceder terreno frente a Alemania.

Y por si éramos pocos, parió la abuela. Rasputín, el monje loco, tenía completamente comido el tarro a la zarina, e introducido en la corte del zar, con la excusa del rollito místico, aprovechaba para otros rollitos, no tan místicos. La propaganda bolchevique aprovechó la situación para contrastar las orgías de Rasputín con la vida de los soldados rusos en el frente. El escándalo es tal que el zar acude un año al frente para acabar con las habladurías. Por otra parte, ya no hay química con la zarina, que vive extasiada por Rasputín. A éste, en un complot, se lo termina cargando la propia familia imperial rusa.



Foto de Rasputín. Muchacha, ¿quieres la bendición?


Los soldados que vuelven del infierno del frente, vuelven grillados. En las trincheras, sin comer, ni dormir, entre ratas y piojos, y transmitida la orden de asalto por la cadena del mando, se lanzan a un ataque suicida cubiertos de barro hasta las orejas, estrellándose contra las alambradas, al mismo tiempo que los obuses, las ametralladoras, las silbantes balas y las bayonetas terminan de completar el resto.

El pueblo protestaba continuamente en las calles. Pero si bien el zar y su cuadrilla de vividores no eran personas insensibles, en cambio la policía y los mandos zaristas eran brutales. Las torturas eran corrientes y el respeto por los derechos humanos nulo. El hermano de Lenin (que, por cierto, no era una blanca paloma) fue torturado y ahorcado y éste juró venganza. Me viene a la cabeza la escena del director Eisenstein que ha pasado a la historia del cine, cuando la policía zarista (Eisenstein se refiere a ellos como los cosacos) abre fuego sobre la multitud y una madre que pasaba por ahí con un carrito de bebe, intentando huir es alcanzada y el carrito cae por las escaleras malográndose el pequeño.


Escena de la película El Acorazado Potemkin de Serguei Eisenstein. 
La madre, que parece de clase más pudiente por sus ropas, 
es alcanzada cayéndose por las escaleras el carrito con el pequeño. 
La película, de clara intención ideológica, 
pero magistral e innovadora desde el punto de vista cinematográfico, 
hace un gran hincapie en la represión zarista. 


Así las cosas, los mencheviques (socialistas moderados) dan un golpe de estado, destituyen al zar e implantan un sistema democrático. Pero cometen un imperdonable error histórico: continuar en la guerra.

Entonces, el pueblo con escaso entusiasmo porque comprueba que no mejora su situación, da la espalda al gobierno del moderado Kerensky, que no le queda más remedio que huir del país.

Ha llegado entonces el momento de la revolución bolchevique. Es Octubre de 1917, Lenin ha regresado del exilio y en San Petersburgo (entonces Petrogrado), Trosky dirige el asalto al cuartel de invierno donde se refugian los últimos defensores del gobierno. La intención que tienen los asaltantes no es cambiar un gobierno por otro, sino cambiar la historia.


Trotsky y las tropas del Ejército Rojo. 
Empieza el drama del pueblo ruso, que llegará incluso al canibalismo, 
mientras Occidente mira a otro lado


Tras su triunfo, el mundo ya no volverá a ser lo que era. Nada, ni nadie les parará, por supuesto eliminando físicamente a todo y a todos los que se interpongan en su camino. La salida de Rusia de la guerra mundial, firmando la paz de Brest-Litowsky, sólo será un respiro. La crueldad y brutalidad con la que comportarán los bolcheviques hará que estalle la guerra civil entre rojos y blancos, en la que se llegará incluso al canibalismo. Es la tragedia de un pueblo al que Occidente ya ha olvidado y le da por perdido.

Y Alemania, que se frotaba las manos al haberse quitado a Rusia, le estalla otro octubre rojo, que le obliga a rendirse precipitadamente para apagar las llamas de la revolución. La partida ha quedado en tablas, pero Francia, con el tigre Clemenceau a la cabeza, que ha sufrido la guerra en su propio terreno, aprovecha la ocasión para humillar a Alemania y exigirle unas reparaciones de guerra que sabe que no puede pagar. Un final cutre para una guerra cutre. La consternación entre los alemanes es total. En el hospital, un joven soldado alemán, que ha sido gaseado, con los ojos vendados, lleno de rabia, llora y grita contra los comunistas y los franceses y afirma que esto no va a quedar así. Su nombre es Adolf Hitler.

Pero esto ya es otra historia...


El himno del Octubre rojo

El himno Octubre Rojo, compuesto por Basil Poledouris, es una pieza solemne y magistral, que imita a un himno soviético, hablando del giro de la historia y el sentir revolucionario de los marineros (como los famosos marineros de Kronstadt). Aparece en la banda sonora de la película La Caza del Octubre Rojo, protagonizada por Sean Connery. Afortunadamente, el autor Basil Poledouris, realizó una transcripción y una traducción del ruso al inglés.



Para saber más

La película El Acorazado Potemkin, obra cinematográfica ideológica, pero no obstante magistral desde el punto de vista cinematográfico se puede ver completa:




Revolución de Octubre, en la Wikipedia:

http://es.wikipedia.org/wiki/Revoluci%C3%B3n_de_Octubre

Para consultar fuentes de información en papel, de este tema, con carácter científico y no ideológico, existe mucha más información que en Internet, tan sólo citaremos unas cuantas:

- A nivel divulgativo existen enciclopedias históricas que contemplan el tema como la Historia Universal Salvat o la Historia Visual del Mundo.

- A nivel más académica y profundo tenemos historias contemporáneas de varias editoriales, entre ellas Vicens Vives o historia16.

- El tema está bastante tratado, sin perder rigor y con amenidad en la obra Historia General de las Civilizaciones, de Maurice Crouzet.

- No podemos dejas de nombrar otro clásico, la Historia General del Socialismo, de Jacques Droz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario