sábado, 22 de junio de 2013

Hechos terribles que empezaron un 2 de mayo



Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto
que forman, tocando a muerto,
la campana y el cañón;
sobre tu invicto pendón
miro flotantes pendones,
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas funerarias,
de la iglesia las plegarias,
y del arte las canciones.

Lloras, porque te insultaron
los que su amor te ofrecieron
¡a ti, a quien siempre temieron
porque tu gloria admiraron;
a ti, por quien se inclinaron
los mundos de zona a zona;
a ti, soberbia matrona
que, libre de extraño yugo,
no has tenido más verdugo
que el peso de tu corona!

Doquiera la mente mía
sus alas rápidas lleva,
allí un sepulcro se eleva
contando tu valentía.
Desde la cumbre bravía
que el sol indio tornasola,
hasta el África, que inmola
sus hijos en torpe guerra,
¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!

Tembló el orbe a tus legiones,
y de la espantada esfera
sujetaron la carrera
las garras de tus leones.
Nadie humilló tus pendones
ni te arrancó la victoria;
pues de tu gigante gloria
no cabe el rayo fecundo,
ni en los ámbitos del mundo,
ni en el libro de la historia.

Siempre en lucha desigual
cantan tu invicta arrogancia,
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial.
En tu suelo virginal
no arraigan extraños fueros;
porque, indómitos y fieros,
saben hacer sus vasallos
frenos para sus caballos
con los cetros extranjeros.

Y aún hubo en la tierra un hombre
que osó profanar tu manto.
¡Espacio falta a mi canto
para maldecir su nombre!
Sin que el recuerdo me asombre,
con ansia abriré la historia;
¡presta luz a mi memoria!
y el mundo y la patria, a coro,
oirán el himno sonoro
de tus recuerdos de gloria.

Aquel genio de ambición
que, en su delirio profundo,
cantando guerra, hizo al mundo
sepulcro de su nación,
hirió al ibero león
ansiando a España regir;
y no llegó a percibir,
ebrio de orgullo y poder,
que no puede esclavo ser,
pueblo que sabe morir.

¡Guerra! clamó ante el altar
el sacerdote con ira;
¡guerra! repitió la lira
con indómito cantar:
¡guerra! gritó al despertar
el pueblo que al mundo aterra;
y cuando en hispana tierra
pasos extraños se oyeron,
hasta las tumbas se abrieron
gritando: ¡Venganza y guerra!

La virgen, con patrio ardor,
ansiosa salta del lecho;
el niño bebe en su pecho
odio a muerte al invasor;
la madre mata su amor,
y, cuando calmado está,
grita al hijo que se va:
"¡Pues que la patria lo quiere,
lánzate al combate, y muere:
tu madre te vengará!"

Y suenan patrias canciones
cantando santos deberes;
y van roncas las mujeres
empujando los cañones;
al pie de libres pendones
el grito de patria zumba
y el rudo cañón retumba,
y el vil invasor se aterra,
y al suelo le falta tierra
para cubrir tanta tumba!

¡Mártires de la lealtad,
que del honor al arrullo
fuisteis de la patria orgullo
y honra de la humanidad,
¡en la tumba descansad!
que el valiente pueblo ibero
jura con rostro altanero
que, hasta que España sucumba,
no pisará vuestra tumba
la planta del extranjero!

Con este triste y amargo poema, compuesto en 1866 por Bernardo López, recordamos en el 2 de mayo el inicio de unos terribles hechos que jamás debieron haber sucedido, unos hechos que cambiaron por completo la historia de España.

Pero, por horrorosos que sean los hechos, nunca debemos olvidarlos, ni dejar de investigar sobre ello. Todo lo contrario, debemos recordarlo, tenerlo presente, para que el funesto pasado jamás vuelva a suceder y aprender también que en los momentos en que la humanidad se vuelve odiosa, tampoco faltan en ella auténticos ejemplos de grandeza.

Por desgracia, a los españoles somos muy dados al gozo de la ignorancia histórica, al olvido interesado y a la manipulación del pasado. Y aunque peque de plasta porque esto ya se ha repetido hasta la saciedad, los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. 


La tragedia de un pueblo

Es falso que los ejércitos napoleónicos vinieran con el sano objetivo de modernizar el país. Como tan falso que Napoleón albergaba buena voluntad y la cosa se armó porque unos macarras tenían ganas de tirar de cheira. Esto claramente se demuestra porque en 1823, ¡tan sólo 15 años después! España volvió a ser invadida por el ejército francés y aquí no pasó nada. Evidentemente vinieron con otra actitud y otras maneras. A estos franceses se les llamó “los cien mil hijos de San Luis” y en cambio a los otros “los hijos de p…”

Los excesos de la soldadesca francesa, provocaron la revuelta popular. Sí, auténticamente popular, ya que los nobles y los altos cargos de la Iglesia y del ejército no tenían que aguantar a los franceses, pero sí lo tenía que hacer el pueblo llano.

Revuelta que avivó más el chulo impresentable y soberbio de Joachim Murat, el ricitos de oro, que no quería reconocer que la revuelta era popular y decía que sólo participaba la gente de la más baja estofa. Pero a pesar de pensar así, no dudo en dar escarmientos a inocentes, creyendo que el miedo aplacaría a los conatos insurgentes y lo que hizo que fue avivarlos más.

Revuelta que finalmente triunfó expulsando a los franceses, tras la apabullante victoria de Bailén. Pero Napoleón no era un hombre que se rendía fácilmente y no iba a consentir que un atajo de palurdos pusieran en aprieto a “La Grand Armée”. Montó en cólera cuando tuvo que distraer de Europa a sus mejores tropas para enviarlas a España. Y aún así no había manera de doblegar a esos tercermundistas. En un ataque de ira dispuso que los territorios al norte del Ebro pasaran a Francia. Pero eso todavía más enconó los ánimos y acongojó más a su bondadoso hermano José, ¿rey? de España, que vio que si poco tenía que hacer poco, ya todavía aún menos.

Pero los veteranos del mejor ejército del mundo seguían sin conseguir doblegar a esa chusma atrasada. Y Napoleón, el gran genio que revolucionó la ciencia militar, el triunfador en los campos de batalla de Europa, no podía entender que es lo que estaba pasando en España.

Desde la línea de Torres Vedrás, en Portugal, acudieron los ingleses en defensa de los españoles. Y no se sabía quienes hacían más daño, si nuestros enemigos o nuestros aliados. La chusma descontrolada del britano Moore saqueó pueblos enteros en Galicia. Al hombre le cayó el sanbenito porque encima de diñarla ese día por un disparo de artillería, el tema pasó a la Historia pasó con un nombre algo así como la retirada descontrolada de las tropas de Moore, cuando en realidad se debería haber llamado ahora que ha palmado el jefe podemos dar rienda suelta a nuestro espíritu quinqui. "La retirada británica se hizo a la manera tradicional de esos hijos de puta: con la arrogancia y crueldad anglosajonas habituales, saqueando, quemando y violando, sin importarles un carajo que la pobre gente víctima de su desorden fuese española, gallega y aliada" (Arturo Pérez-Reverte, El día que palmó Moore). Se dice con sorna que por eso en algunas localidades de Galicia, el porcentaje de personas con cabello rubio es muy superior a la media española. Maldita la gracia que tiene el jodío chiste.

Y no fue la única que armaron. Hasta tal punto llegó su descontrol, que Lord Wellington tuvo que restablecer el orden y la disciplina a base de fusilamientos. De ahí su famosa frase: “mi ejército es la escoria del mundo, por un trago son capaces de todo”. Tampoco pensaba mucho mejor de los españoles, a los que consideraba poco menos que un atajo de macarras cuya única aspiración era degollar franceses.

Una tragedia. La tragedia de toda España y de cada uno de los que participaban. Vidas rotas y destrozadas.

La tragedia de Goya, el genial pintor sordo, que tras años de admirar a los franceses, pasó a odiarlos en horas. Su horripilante serie de Los desastres de la guerra es un documental no apto para mentes sensibles. Si puso tanto empeño en ver y dibujar para la posteridad lo que estaba sucediendo no es de extrañar que al final se terminara volviendo loco.

La tragedia de aquel agricultor de Medina de Rioseco, al que los franceses mataron a sus padres y violaron y mataron a su esposa, y que enrolándose a la guerrilla afirma que lo único que quiere hacer ya en la vida es matar franceses.

La tragedia de José Bonaparte, Pepe Botella (como para no darle al drinking en su pellejo), lleno de candor y buenas intenciones, que ve como sus súbditos no le aman a pesar de todo su empeño y al que ridiculizan (se ríen de él llamándole borracho y jugador), y al que su hermano abronca diciéndole que no tiene lo que hay que tener.

La tragedia del cura Merino, sencillo párroco de pueblo, que se echa al monte cuando unos soldados franceses violan a una niña, que era su hermana.

La tragedia de algunos soldados franceses, sobre todo los primeros bisoños, ilusionados y con buena voluntad porque piensan que van a liberar un pueblo atrasado y que les recibirán con flores y vítores y ven con estupefacción como salen demonios hispanos llenos de odio hasta debajo de las piedras.

La tragedia del rostro de aquel inocente que le ilumina la luz de un faro y que es el centro del cuadro Los fusilamientos del 3 de mayo (al principio de este artículo). Inocente porque los franceses le registraron y le cogieron una navaja que tenía para cortar jamón o queso. De nada sirvió que demostrara que sólo era un curtidor y que no estaba en Madrid cuando sucedió la revuelta.

Me alegro infinitamente no haber vivido en esos tiempos porque el que tuvo la desgracia de nacer en el lugar equivocado y en el momento equivocado le crujieron.


Lo que perdió España

Es cierto que a finales del siglo XVIII, en España existían dos tendencias, una la de los enciclopedistas y reformistas y otra la de los conservadores y tradicionalistas. Aunque había exaltados en uno y otro bando, la inmensa mayoría de todos ellos coincidían en que el país necesitaba reformas, pero estas debían ser graduales y progresivas.

El despotismo ilustrado de Fernando VI y Carlos III, tras el cándido mensaje de procurar el progreso y la felicidad de los súbditos, dentro del respeto a la religión y a las tradiciones, estaba empezando a dar sus frutos.

En las universidades ya se hablaba y se discutía vehemente sobre Newton, Copérnico y Descartes y aunque existía un sector contrario a sus ideas, al menos éstas ya se discutían y no se prohibían. La Inquisición ya no quemaba a nadie y aunque conservaba mucho poder, sobre todo en lo relativo a la censura y a las penas infamantes, cada vez era más contestada socialmente y ya se hablaba abiertamente de la necesidad de su supresión, considerándose un lastre para el país.

La Iglesia también empezaba a cambiar y el clero también esta dividido entre los que consideraban la libertad como un derecho natural y los partidarios entre la unión del altar y el trono. Pero poco a poco también empezaba a cambiar. En este contexto, a finales del siglo XVIII se dictan las primeras leyes desamortizadoras y contra los mayorazgos, que no causa la ruptura abierta con la Iglesia (como ocurrió con la desamortización de Mendizábal) porque se ha intentado no herir susceptibilidades y hacerse de una forma gradual.

La agricultura del siglo XVIII no tenía que ver nada con la de siglos anteriores. Se amplían canales y regadíos. El convencimiento absoluto de la necesidad de producir alimentos había contribuido a la dignificación del campesino, retratándose Carlos III en uno de sus cuadros como labrador, contribuyendo a la necesaria dignificación del campo.

También se dejó de deslegitimar el trabajo manual y se le empezó a considerar tan digno como cualquier otro. España empezó a tener industria de mano de las reales fábricas, las más famosas de vidrio y de cerámica. Y las sociedades económicas de amigos del país contribuían a establecer y planificar que era lo que necesitaba el país y como se podía llevar a cabo.

Ya en tiempos de Fernando VI, se estableció la necesidad de que España tuviese una poderosa Marina y se terminó consiguiendo. Y se terminó perdiendo en Trafalgar por el mando inepto de Villeneuve (al que por cierto, Napoleón presionó tanto que se terminó suicidando, o le suicidaron).

Muchos avances científicos vinieron de la mano del Ejército. Los avances en cartografía de la mano de Jorge Juan, que tenía en proyecto un mapa de España basado en la triangulación geodésica, como muchos de los avances en Química, como la Ley de las proporciones definidas de Louis Proust, descubierta cuando éste trabajaba en el Real Laboratorio de Química en Segovia, que pertenecía a la Academia de Artillería. También Fausto de Elhuyar descubre un nuevo elemento: el wolframio. Y además se dan importantes progresos en la cirugía española.

La zoología y la botánica registraban avances significativos en la gran obra de Celestino Mutis. Los gabinetes de Historia Natural y la, como se decía entonces, necesaria domesticación de animales y plantas investigaba la nuevas posibilidades de cultivos y ganado, y más teniendo el tesoro que era América. Se crea el Museo del Prado, con el fin de albergar el que debía de haber sido el mejor museo de Ciencias Naturales del mundo (al final se transformó en pinacoteca por un capricho de Fernando VII, y menos mal, porque conociendo al personaje bien podía haber terminado siendo una casa de citas).

Pero no sólo se dan avances en las ciencias. Se crean la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y la Real Academia de la Lengua (limpia, fija y da esplendor; hay que reconocer que los de las pelucas empolvadas algo cursis eran).Madrid ya no era la ciudad sucia y con una noche llena de navajadas traperas, que tan bien describe Pérez-Reverte. La obsesión de Carlos III de crear una capital bella, limpia y llena de jardines, terminará transformando a Madrid de mugre a cielo.

Afortunadamente ya no quedaba oro en las Indias Occidentales. Se perdió en inútiles y crueles guerras en Europa, que sólo supusieron para España un honor y un valor que excede las palabras (Alatriste); lo demás una inútil sangría humana y económica. Aparte de las pérdidas (mejor dicho, robos) en los saqueos de los corsarios ingleses, piratas elevados a la categoría de nobles, como sir Francis Drake.

Se estaba creando una nueva visión de América, ya no como una reserva de oro y riquezas materiales, sino como una reserva de riquezas naturales y humanas. Ya no sólo se creaban iglesias en el nuevo mundo, sino también universidades e imprentas.

En definitiva, España empezaba a progresar, muy despacio, pero seguro.

Y todo se perdió. Ya que se juntaron el hambre con las ganas de comer, tras una atroz guerra que España sufrió en todo su territorio, convirtiéndose en un escenario de devastación. Devastación como desgaste vital, pérdidas humanas, hambre y que la violencia sea parte habitual de la vida.

Y tras esto, tuvimos en vez de un rey, un cáncer. Fernando VII después de rilarse ante Napoleón y firmar que le entregaba España, la corona y todo lo que hiciera falta, vuelve y en vez de darse cuenta del sufrimiento indecible de su pueblo sale con que hazme más, que más me merezco. Encima jaleado por gran parte de los españoles. Hay que reconocer que somos un pueblo difícil de entender.

Años de violencia y de vivir sobre el terreno hicieron de España uno de los países más inseguros. Es la época dorada de Curro Jiménez, el Algarrobo, el Estudiante y el Gitano. Bandolerismo que no se terminó hasta décadas más tarde, tras la creación de la Guardia Civil.

La cultura dio paso a la zafiedad y a la chabacanería. Fernandito VII colocó de asesor a uno de sus jardineros, ya que se partía con sus chistes horteras y sus ordinarieces. Se crearon piezas musicales de una enorme dulzura y sensibilidad como El Pendón Morado (¡míralo, míralo y muérete, vil servidor!) o el Trágala (¡trágala, trágala, perro!).

Se rompió ese tácit consenso que existía entre reformistas y tradicionalistas. La guerra de la independencia y la radicalización en el reinado de Fernandito lo hicieron imposible. Los liberales (isabelinos) y los tradicionalistas (carlistas) consideraron que los otros sobraban en España y en el mundo. Y franceses e ingleses, que tanto daño hicieron a España, luego intervinieron para bien de ella, intentando inútilmente tranquilizar los ánimos e intentar que los españoles no se destrozasen como bestias y que se respetasen los más elementales derechos humanos, como hacer prisioneros.

Pero esto ya es otra historia…

La canción que hoy presentamos es una muestra de lo que se perdió. La pieza pertenece al barroco americano del Perú y se llama Hanacpachap Cussicuinin. Obra Sacra Anónima, compuesta en los tiempos de las Misiones Jesuíticas en América. Fue encontrada en el "Ritual Formulario e Institución de Curas" de Juan Pérez de Bocanegra, Cuzco 1631. El texto dice algo así:

De los cielos, mi alegría, miles de gracias te daré y te honraré en lo profundo por la abundancia de los frutos. El hombre encomienda en su espera su fuerza por el poder, apoyado en tu nombre. Escúchanos este ruego, adorado y reverenciado poderoso Dios y Madre de Dios. Que lo oscuro quede claro. Contado está el alimento de sal para nuestro ganado. Confiamos y esperamos que tu Hijo haga su aparición.

El original es sin acompañamiento instrumental. El arreglo pertenece a Paolo Riquelme, director del conjunto Ars Excelsa Ensemble, conjunto chileno de música antigua.

En el siglo XVIII, coros indígenas cantaban y componían canciones con una belleza y delicadeza que hoy nos parece imposible. Los jesuitas (¿Quién no ha visto La misión?) intentaban demostrar que los indios, con una adecuada educación y cultura terminarían logrando lo mismo que un blanco (un criollo, en la terminología de la época).

Después de oír esta canción, es imposible no creérselo.


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