domingo, 23 de junio de 2013

El novio de la muerte


Corrían los años 20 del siglo XIX. Los pobres veinteañeros de los pueblos y de las capitales eran movilizados para ir África a morir en un desierto bajo un enemigo cruel e implacable: los rifeños, que no dudaban en torturar hasta la muerte a los que caían en sus manos.

La situación ya era insostenible. España había dejado de ser un imperio y los políticos corruptos del pucherazo, desde la comodidad de sus poltronas y despachos, seguían mandando tropas de pardillos a morir a África. Y como no podía ser de otra manera, la situación reventó en la Semana Trágica de Barcelona. El pueblo ya sabía lo que había pasado en El Barranco del Lobo, donde murieron más de 1000 españoles y ya nadie estaba dispuesto a ir o a enviar a sus hijos a un matadero. Pero ellos erre que erre. A ellos les daba igual, seguían viviendo bien y ni si acercaban por el desierto, no sea que una bala pérdida acabara en su culo.

La situación era completamente insostenible. Si España seguía intentando mantener su presencia en Marruecos, el país iba a explotar en un estallido social. Pero ellos erre que erre, firmando decretos de reclutamiento. Todo ello combustible para el terrorismo anarquista, que seguía poniendo bombas, que como todo terrorismo siempre matan o mutilan al que menos culpa tiene.

O España estalla o abandona África, ante el descrédito mundial. Por entonces, iban los países de chulitos y sobrados. La civilización se imponía por las armas y no por el prestigio y la cultura. Si España se amilanaba, se la comían. Aparte de que Abd elKrim quería como postre (muchas veces lo más rico) Ceuta y Melilla.

¿Qué hacer? Si España abandona África, los demás países la verán como débil. Si continúa persistiendo estallará porque no se puede mandar a gente a morir al desierto como si fuera ganado al matadero. Una retirada programada no estaba prevista y más teniendo en cuenta que los españoles no dominaban su protectorado.

En este impasse, Millán Astray, un brillante profesor de la Academia de Infantería de Toledo renunciando a su cómoda plaza, solicita destino en África, ya que quiere pasar de la teoría a la práctica. Allí comprueba que los cabileños es un enemigo orgulloso, valiente, cruel e implacable, que no hace prisioneros.

Se da cuenta que esto no funciona. Los pobres reservistas sólo quieren salir de este infierno y volver a casa, al pueblo o a la fábrica, con las tierras, con la novia. Y no se les cumple, ya que mueren como ratas. Y más cansados y deshidratados por el peso del equipo y la falta de una estrategia adecuada. Estos pobres no han visto un fusil en su vida. A lo sumo para cazar conejos. Así les va. Los españoles han muerto y en condiciones terribles. Han sido martirizados, torturados… En África se sabe, pero si esto llega a Madrid…


Millán-Astray, hacia 1900

Piensa que la única solución para combatir a un enemigo temible… es un ejército temible. Le inspiran los Tercios de Flandes, pero son otros tiempos muy distintos. 

Esto era como la cuadratura del círculo. Millán Astray hablaba y leía el francés y entonces llega a sus manos una traducción francesa del Código del Bushido de los samurais. Éste era un código militar extraordinariamente duro, por el que se regían los samurais. Hoy día es muy conocido por el auge de las artes marciales en los años setenta, pero por entonces no lo conocía ni Rita. En resumen, lo que se puede concluir del mismo (contiene más cosas y muy interesantes), es que una vida de deshonor se puede lavar con un hecho heroico. En el contexto budista, en el que se inspira, el acto supremo de entregar la vida en un hecho heroico, limpiaría una vida llena de mugre.

Piensa que los integrantes de ese ejército podía ser gente dura, acostumbrada a la vida dura. Muchos serían gente normal, aventureros, pero no cabe duda que habría numerosos delincuentes. Se empezó a interesar por este mundo. ¿Cómo se puede sacar partido de un atajo de delincuentes? O lo que es lo mismo ¿cómo transformar unos bandidos en unos caballeros?

Para crear el código legionario, se inspira en el código del Bushido, basado en un absoluto desprecio a la muerte, hasta el punto de reírse de ella. Estas ideas eran extrañas a la mentalidad española de la época (todavía no había llegado el kárate, el judo, Chuck Norris y demás), por lo que la imagen de Legión y la imitación fueron los tercios españoles, de quienes recogen el nombre y en los que se inspira su escudo.

Sólo los que están en África saben lo que es este infierno. Y los políticos hablan un lenguaje distinto. Pero quizá no todos los políticos sean iguales. En el Ministerio de la Guerra, el propio ministro, el general Tovar le escucha y emite un informe favorable. Así se imponen sus ideas, en África, en primera línea, sólo combatirían profesionales. Gente motivada, dispuesta a todo. Dispuesta y mentalizada para morir. 

Se hicieron cambios en el uniforme y equipo, adaptados a las circunstancias: uniforme claro, mimético, ligero, sólo camisa y pantalón sin casaca, botas cortas para servicio o guardias; pantalones cortos, alpargatas o sandalias, para largas marchas. Evitar la deshidratación sin un excesivo peso encima. La intendencia es fundamental. Sin descuidar la bajada de temperaturas nocturna en las guardias, capote y abrigo cuando sea necesario.

Millán Astray pasó de ser un intelectual a un aventurero al grito de ¡viva la muerte! Posee el número máximo de extremaunciones en vida, nada menos que cinco. Eran tiempos extraños y todo era posible.


Pero ¿quién es el novio de la muerte?

Era un cabo de la recién creada Legión Española. Allí estaba lo mejor de cada casa, aventureros, chorizos, rateros, camorristas, pero ninguno con grandes crímenes. En el momento que ingresaban en la Legión se hacía tabla rasa de su vida anterior, pero tabla rasa por completo, ya que como alguno se le ocurriera volver a sus andanzas quinquis, entonces se iba arrepentir de haber ingresado en la Legión.

Tan sólo dos ejemplos. Existía el entonces denominado “batallón de castigo”, que estaba integrado diariamente por legionarios con faltas tan leves como levantarse tarde, no mantener limpio el uniforme o el fusil. Les hacían correr a pleno sol con una mochila llena de piedras hasta que caían reventados. Siguiendo el credo legionario: El sufrir arresto en el pelotón es derecho del legionario que pecó militarmente; derecho que no debe desposeersele ni con indultos ni atenuaciones, y cuanto más plenamente realice el pago más se desliga de su falta, que al terminar el correctivo deja de pesar sobre él, puesto que se liberó pagando por ello su justo precio. De ñoñerías nada, el castigo no es un deber, sino un derecho para limpiar las faltas.

El otro ejemplo se debe a Franco. El hecho no ha sido desmentido por los historiadores franquistas, por lo que suponemos sea cierto. Siendo Franco comandante en la Legión, en la comida, dos legionarios llegan a las manos y uno arrojó el plato de sopa a otro. El que provocó el incidente fue condenado a morir fusilado. Así se las gastaban. 

En 1921, uno de estos primeros legionarios era el cabo Baltasar Queija de la Vega, natural de Riotinto, Huelva, de 18 años. Era un hombre raro, triste, meditabundo, temerario, sin apariencia de haber sido delictivo, pero algo hosco en el trato cuando le preguntaban por su pasado:

Nadie en el Tercio sabía
quien era aquel legionario
tan audaz y temerario
que a la Legión se alistó.

Nadie sabía su historia,
más la Legión suponía
que un gran dolor le mordía
como un lobo, el corazón.

Más si alguno quien era le preguntaba
con dolor y rudeza le contestaba:

Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.

Evidentemente, el pasado en la Legión era cosa de cada uno, así que no le importunaban con eso, pero sabían que un gran dolor le mordía como un lobo, el corazón.

Era una persona a la que la vida le había tratado muy mal, pero tenía una ilusión. Había encontrado una mujer que le daba lo que nunca tuvo: cariño. Posiblemente alistado por la atractiva paga, pensaba que pronto saldría de la miseria y se casaría con ella. Pasaría penalidades, pero todo merecía la pena por darle a ella y a sí mismo esa vida de felicidad que nunca tuvieron.

Le llegó una carta y ese día todo cambió para él. Ella se moría y se despedía de él. En aquella época no era raro con tuberculosis, tifus, gripes y demás. Y desesperado y enajenado mentalmente, consideró que su vida ya no valía nada, por lo que decidió entregarla a España.

El mismo Millán Astray, en la revista “Nuevo Mundo”, contestando a una pregunta que le hacen sobre la clase de personal que tiene bajo sus órdenes en la Legión: “También la Legión ha tenido su poeta, un gran poeta, Baltasar Queija de la Vega. A poco de alistarse recibió la noticia de que había muerto su novia. Aunque era bravo como un león, yo le vi llorar como un niño al leer la carta... Quise consolarle y me dijo: “Mi teniente coronel, ¡Ojalá que la primera bala que se pierda sea para mí!

Mientras los demás legionarios rezaban para que Dios protegiese sus vidas, éste lo hacía para todo lo contrario, para que le llevase pronto. Pensaban que el hombre había enloquecido. Duras historias las de la Legión.

Era un 7 de enero de 1921, pocas horas después de, por fin, confesar a un compañero, todo el dolor que sentía su corazón, su escuadra fue atacada, cuando se realizaba la retirada de protección de unos caminos, pretendiéndose apoderarse de sus armas. El que autodenominaba “novio de la muerte” atacó y avanzó de una manera absolutamente temeraria, infundiendo un enorme valor al resto de la escuadra, pero al avanzar de una manera suicida, los disparos de los cabileños le dejaron tan agujereado como un queso de gruyere.

Cuando más rudo era el fuego
y la pelea más fiera
defendiendo su Bandera
el legionario avanzó.

Y sin temer al empuje
del enemigo exaltado,
supo morir como un bravo
y la enseña rescató.

El ataque cabileño fue rechazado y cuando sus compañeros se acercaron a él, aún vivía, pero, desangrado, su vida se iba por momentos.

Y al regar con su sangre la tierra ardiente,
murmuró el legionario con voz doliente:

Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.

Todos murmuraban que pobre hombre, era valiente, pero un loco. En su camisa, llenos de sangre encontraron unos papeles.

Cuando, al fin le recogieron,
entre su pecho encontraron
una carta y un retrato
de una divina mujer.

Y aquella carta decía:
"...si algún día Dios te llama
para mi un puesto reclama
que a buscarte pronto iré".

Y en el último beso que le enviaba
su postrer despedida le consagraba.

Por ir a tu lado a verte
mi más leal compañera,
me hice novio de la muerte,
la estreché con lazo fuerte
y su amor fue mi bandera.

Hasta los rudos legionarios tienen su corazoncito. Y aquello les impresionó tanto que decidieron difundir la romántica y conmovedora historia.

En ambientes de mal vivir se debió de empezar a cocer la canción. Lola Montes, una cupletista, y Fidel Prado, que puso la letra, la dieron a conocer en Málaga. Cuando se estrenó en Melilla aquello fue un indescriptible éxito. Era la Guerra del Rif, Melilla era el objetivo. Estaba llena de españoles y en África ya se sabía el destino que les esperaba si caían en poder de las cábilas. Sólo estaba la Legión para defenderla. Según cuenta Lola Montes, aquello era una dulce y tierna emoción, cuando los legionarios, jefes, oficiales y tropa, la aplaudían a rabiar. Se trataba de dar moral en medio de los angustiosos días de julio de 1921, en los que se esperaba el asalto a la ciudad por las cábilas victoriosas de Annual. 

Dentro del código legionario, al igual que el de los marines, jamás se abandona a ningún legionario vivo (punto 2, Credo legionario: con el sagrado juramento de no abandonar jamás a un hombre en el campo hasta perecer todos). Y el blocao de Melilla cayó, después de morir todos y cada uno de los legionarios que lo defendían. 

Entre el tiempo que perdieron las cábilas en los saqueos de las poblaciones vecinas y entre el castigo y el tiempo que les hizo perder la Legión en el blocao (pagándolo con la vida de todos los legionarios), llegaba el socorro desde Ceuta por mar. Melilla estaba salvada.

Salvar a Melilla había costado la vida de todos los compañeros del novio de la muerte. La canción ya era un clamor popular. Duras historias las de la Legión.

Millán Astray decidió entonces cambiar el ritmo, de cuplé a marcha. Dada la fuerza emocional que tenía, serviría para honrar a los caídos. Este es el milagro de la “redención legionaria”, que convierte en caballeros a unos hombres, en muchos casos, marginados por la sociedad y a un cuplé de cabaret (o putiferio) en un canto para acompañar a Cristo clavado en la Cruz. 


Caballeros legionarios portando un Cristo crucificado. 
El novio de la muerte es una canción muy sentida por los legionarios.

La creación de la Legión frenó la sangría de jóvenes y reservistas muriendo en África, pero como los españoles somos gilipollas, nos metimos en una guerra incivil, para que muriesen todos los que tenían que morir en África más los que no tenían que morir.

Pero eso es ya otra historia…


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